Historia

Las noticias más antiguas referentes a la existencia de la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad de Santa María se remontan al siglo XVII. Celebrados eran los actos litúrgicos que los cofrades rendían en honor a su imagen titular, previos a la procesión del Viernes Santo. Según el cronista Gonzalo Vidal Tur, existen fuentes documentales que revelan que, con anterioridad a 1686, ya “se celebraba, durante la Semana de Pasión, un solemnísimo septenario de penitencia, con sermones en honor y alabanza de la «Soledad de María», a cargo de su cofradía establecida allí canónicamente”. Era el acto más solemne que, junto a la Procesión del Santo Entierro, atraía mayor número de fieles y cofrades a la Parroquia de Santa María.


En el siglo XVIII, y coincidiendo con las obras de ampliación del templo, la Capilla del Baptisterio se convirtió –según reza la Crónica de Rafael Viravens y Pastor (1876)– en la capilla titular de la cofradía donde se velaban “en ella los cadáveres ante un altar que se erigió”. Con el correr del tiempo, el clero parroquial y los cofrades trasladaron la venerada imagen de La Soledad junto al altar mayor, en la primera capilla lateral del lado del Evangelio, siendo el acreditado pintor Lorenzo Pericás Ferrer, gran discípulo del maestro Casanova, el encargado de la decoración pictórica del retablo (1897).

Desde principios del Ochocientos, la imagen quedó entronizada en la hornacina de su capilla que, como devoción doliente, aparecía vestida con la clásica indumentaria de viuda, con toca blanca y extenso manto negro bordado con motivos vegetales, que la cubría desde la cabeza a los pies. Sobre una peana de madera, aparecía de pie la imagen vestidera, con los brazos doblados en ángulo y las manos entrelazadas conteniendo los atributos simbólicos de la Pasión. Fruto de las donaciones entregadas por las numerosas feligresas y cofrades, disponía de una variada guardarropía y un elenco de ricas joyas (conservadas en la actualidad por su cofradía) con la que se engalanaba en las festividades de precepto y en la Procesión Oficial de la ciudad.

Tras la supresión de las procesiones del Jueves y Viernes Santo a finales del siglo XVIII, el clero parroquial consiguió, en 1819, el permiso oficial para organizar “una devota Procesión que representase el entierro de Nuestro Redentor Jesús”. Las hermandades y cofradías  trasladaban sus pasos a Santa María desde donde iniciaban el cortejo procesional en la tarde del Viernes Santo. Tras la urna de cristales con el Cristo Yacente, cerraba la procesión el solemne paso de Nuestra Señora de la Soledad,  instalado bajo «dosel» y adornado con flores blancas, a la que acompañaban en la presidencia todas las autoridades eclesiásticas, municipales y militares en representación de la ciudad. De acuerdo a la tradición, la prensa alicantina, así, relataba el protocolo oficial en sus crónicas:

“Terminaba la procesión con la preciosísima imagen de la Soledad que se venera en la parroquia de Santa María, colocada en un templete adornado con flores, pero escaso de luces. Presidía el acto el Ayuntamiento con el señor gobernador de la provincia cerrándolo, la banda de música del Rey y un piquete del mismo cuerpo” (El Constitucional, 13 de abril de 1879).

Desde su restitución, el Ayuntamiento presidió el cortejo del Viernes Santo hasta la llegada de la I República en que quebró con la antigua costumbre. La libertad de cultos y la supresión de subvenciones para festividades religiosas fueron algunas de las medidas que estableció el nuevo Consistorio. Con la llegada de la Restauración borbónica, la Semana Santa recuperó el esplendor y la oficialidad de antaño. La Corporación formalizó la costumbre de acompañar al Gobernador Civil hasta el salón de plenos de la Casa Consistorial y, desde allí, precedidos por los maceros, acudir al templo de Santa María vestidos con traje de frac, corbata y guantes negros, fajín y medalla, para acompañar en la presidencia a la antigua imagen de La Soledad.

Los primeros años del siglo XX no marcaron grandes cambios. Entre las celebraciones previas a la Semana Santa, la Parroquial siguió celebrando con gran pompa y magnificencia el Novenario en honor a la Soledad de María, a cuyos ejercicios acudían las más altas dignidades del municipio. El 14 de abril de 1931, segundo Domingo de Pascua, se proclamó la II República y no hacía un mes de la instauración del nuevo régimen cuando en la tarde-noche del 11 de mayo se produjo el asalto y quema de edificios religiosos. En 1932, el Gobernador Civil suspendía, mediante telegrama, las procesiones penitenciales en toda la provincia.

Finalizada la Guerra Civil, el Superior de la Compañía de Jesús y Párroco de Santa María consiguió, en 1940, la restitución de la solemne procesión, pues “salvadas de esa ola de barbarie, el Santo Sepulcro y la Sagrada imagen de la Soledad de María, los católicos alicantinos desean llevarlas procesionalmente el Viernes Santo por las calles de la ciudad, haciendo con ellas el tradicional recorrido del cortejo del Santo Entierro”. Autorizada la procesión, el alcalde fijaba el horario de salida a las seis de la tarde y aprobaba el recorrido oficial. El Cristo Yacente y la Virgen de la Soledad de Santa María fueron los únicos pasos que salieron en procesión en la tarde del Viernes Santo.

Durante los años 40 y 50, la procesión del Santo Entierro se convirtió en el escenario político y religioso del Nuevo Régimen. Autoridades civiles y militares, falangistas, directivos de la Acción Católica y funcionarios públicos ocuparon sus puestos en el cortejo más tradicional de la ciudad. Tras las bandas de tambores y cornetas del Frente de Juventudes, y las largas hileras de jóvenes congregantes y socios de la Acción Católica, aparecía la imagen de Nuestra Señora de la Soledad, llevada a hombros por los militantes de la Falange Española y escoltada por el ejército. Detrás de ella, presidían todas las autoridades eclesiásticas, civiles y militares y, tras la presidencia, cerraba el acto la banda municipal, como así quedó recogido en la noticia de prensa que apareció en el diario Información con fecha 24 de abril de 1942.

Numerosos son los testimonios fotográficos conservados en archivos públicos y legados familiares que inmortalizaron los actos y procesiones de Semana Santa de la primera mitad del siglo XX. De los fondos fotográficos, quizás sea el de Francisco Sánchez Orts, el que mayor número de instantáneas dedicó a la Procesión del Santo Entierro y, particularmente, a la imagen de La Soledad de Santa María, no en vano era y es la cofradía que cierra históricamente la Procesión Oficial y a la que acompañan, en la actualidad, el señor Obispo y la Corporación Municipal en pleno. La escolta de Gran Gala de la Policía Local custodia el paso de palio y la Banda Sinfónica Municipal cierra el cortejo como Caballeros Custodios.

Con este panel temático, se ofrece el testimonio fiel de aquellos artífices de la fotografía (Francisco Sánchez, García Solves, R. Llorca, entre otros) que, con verdadera devoción e intuición profesional, supieron captar las más bellas y mejores instantáneas del cierre de la Procesión Oficial, esto es, el eslabón de oro que, al decir del insigne Francisco Figueras Pacheco, “liga nuestra fe de hoy con la de siempre”.

© Texto: José Iborra Torregrosa
© Fotografía: Archivo Municipal de Alicante